lunes, 4 de mayo de 2009

El Señor te Espera con Los Brazos Abiertos



El nombre de Jesús, en hebreo, significa «Salvador». Así le llamó el ángel cuando se apareció, en sueños, a S. José: «Le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados» (Mateo 1, 21). Él sabía que éramos pecadores y que le íbamos a tratar mal. A pesar de todo, su amor por nosotros era tan grande, que quiso dejar el Cielo y venir a nuestro encuentro para traernos la salvación y la plenitud de la vida eterna. No lo hizo porque nosotros éramos buenos o lo merecíamos, sino sólo por su generosa bondad, por su amor gratuito, en el momento en que Él lo creyó oportuno: «Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a todos los que estábamos sometidos a la ley y para hacernos hijos de Dios... Ha enviado a nuestros corazones el Espíritu que clama "Abba", esto es: "Padre". Y si somos hijos, somos también herederos» (Gálatas 4, 4ss). Jesús no se quedó esperando a que nosotros fuéramos a su encuentro, sino que Él mismo se puso en camino para buscarnos; por eso se hizo amigo de los pecadores, comía con ellos y les anunciaba el Evangelio (la Buena Noticia) del amor y de la misericordia. Esto agradaba a la gente sencilla, que le escuchaba con gozo, y provocaba rechazo en los corazones orgullosos y complicados.



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